El siguiente artículo fue publicado en El País por el Catedrático Jorge Laborda el 17 de enero de 2012.
Os dejo el artículo, que en mi opinión es de sumo interés.
Una de las características que nos hacen humanos es nuestra capacidad de sentir lo que otra persona siente cuando la vemos inmersa en diversas circunstancias de la vida, tristes, alegres o dramáticas. Esta capacidad, llamada empatía, es la principal motivadora de la acción social y de la caridad; la que hace posible la existencia de las ONGs.
La empatía es una capacidad emocional innata, es decir, es parte de nuestra naturaleza. No recibimos lecciones en la infancia para aprender cómo debemos sentirnos al ver a un congénere en apuros. Los sentimientos hacia los demás afloran solos. Si las palabras de un profesor o de nuestros padres pueden modular esos sentimientos, es solo porque tenemos la capacidad de sentirlos. Sin esa capacidad no podríamos modificarlos, como tampoco podemos aprender lo que es el rojo u otro color si nacemos sin la capacidad de diferenciar los colores.
Puesto que la empatía consigue que nos sintamos de manera similar a la que otro se siente, esta emoción nos incita a actuar con los demás con el objeto de mejorar su estado emocional, y mejorar así también el nuestro. Nuestro estado emocional, por tanto, no es individual: es social. Si los demás están bien, nosotros estamos bien.
Todavía no son conocidos con profundidad los mecanismos cerebrales que sustentan esta emoción, tan importante para la cohesión social. Tampoco se conoce con certeza cuándo aparece la empatía a lo largo de la evolución de las especies. Es cierto que los primates, en general, la poseen, pero ¿la poseen también animales más primitivos?
Los investigadores se inspiraron en el final de la película Casablanca
Para averiguarlo, investigadores de la universidad de Chicago decidieron estudiar de manera científica la capacidad empática de las ratas de laboratorio. Cualquiera que conozca bien a estos roedores sabe que no son tan “ratas” como su nombre indica y, de hecho, muestran indudables signos de generosidad. Pasa con ellos lo contrario que con algunos compañeros, que cuánto más los conoces, más “ratas” son.
Para estudiar si las ratas poseían capacidad empática, los investigadores se inspiraron en el final de la película Casablanca y comenzaron por iniciar historias de gran amistad entre los roedores. Para lograrlo, simplemente hicieron convivir a dos ratas por dos semanas en la misma jaula. No sé si semejante convivencia lograría el mismo resultado, o el contrario, con dos seres humanos del mismo sexo, o incluso de sexo opuesto.
Tras este periodo de “enlace emocional”, los investigadores diseñaron experimentos para comprobar lo fuerte que eran esos lazos, lo que dependería, sobre todo, de su capacidad empática. En estos experimentos, a una de las ratas de las múltiples parejas de amigos (y residentes en la jaula común) que se formaron se la dejó atrapada en un estrecho recipiente de plástico transparente semicilíndrico (en forma de túnel), perforado en sus paredes para permitir la respiración. Dentro del recipiente, la pobre rata presa casi no se podía mover. No obstante, el semicilindro poseía una puerta que podía ser abierta para permitir la salida del animal atrapado. Además, el mecanismo de apertura era lo suficientemente sencillo como para que una rata de normal inteligencia, actuando desde el exterior, aprendiera a usarlo.
La rata atrapada en el semicilindro fue introducida en una jaula amplia, donde se colocaba también a la rata compañera (y a pesar de ello, amiga) para observar sus reacciones. Estas reacciones fueron comparadas con las que la rata libre mostraba cuando se colocaba un semicilindro vacío en la jaula, u otro con una rata de peluche en su interior. Se realizaron sesiones repetidas durante doce días, que se grabaron y analizaron.
Cuando veía y olía a su compañera presa, la rata libre establecía rápidamente contacto con esta a través de los agujeros del semicilindro, al que mordían, rodeaban y exploraban una y otra vez. No sucedía lo mismo si el semicilindro estaba vacío, o contenía una rata de peluche. Tras una media de siete sesiones, 23 ratas de 30 aprendieron a abrir la puerta del semicilindro y liberar a su compañera, mientras que solo 5 de 40 ratas a las que se enfrentó a un semicilindro vacío aprendieron a abrir la puerta. Claramente, la presencia de la rata atrapada inducía un comportamiento intencional encaminado a ayudar a la compañera presa. Además, una vez liberada esta, ambas ratas corrían alegres por la jaula, como celebrando la liberación. Estos resultados han sido publicados en la revista Science.
Para intentar determinar el valor que para las ratas tenía liberar a su compañera, los investigadores colocaron a las ratas libres en jaulas con dos semicilindros cerrados. Uno contenía a su compañera presa, y el otro, cinco pastillas de chocolate, golosina extremadamente apreciada por estos roedores. Las ratas no solo liberaron primero a su compañera, sino que incluso compartieron el chocolate con ella, una vez libre, tras abrir el segundo recipiente. Vamos, igual que haría cualquier banquero.
Así pues, no solo los primates, sino también animales sociales más primitivos son capaces de conmoverse por sus semejantes y ayudarlos cuando se encuentran en dificultades. Esta capacidad ha sido, probablemente, crucial para la relación social y, por tanto, para la supervivencia de las especies que la poseen. En tiempos difíciles, conviene tenerlo en cuenta para facilitar la supervivencia de nuestra propia especie y del mundo que ha sido capaz de crear gracias, evidentemente, a una adecuada, intensa y empática interacción social.